diumenge, 11 de desembre del 2016

Encarnar la crítica, un article de Marina Garcés



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                                                     Encarnar la crítica
                                 (A continuació expose un extracte, amb l'adaptació corresponent, de l'article de Marina Garcés a què correspón aquest títol).






23.02.2008

No sólo importa saber qué principios escogemos sino también qué fuerzas, qué hombres los aplican” (Merleau-Ponty)

1. El problema de la crítica ha sido tradicionalmente un problema de la conciencia. Hoy es un problema de cuerpo. ¿Cómo encarnar la crítica? ¿Cómo hacer que el pensamiento crítico tome cuerpo? Si la crítica había combatido tradicionalmente la oscuridad, hoy tiene que combatir la impotencia. El mundo global está enteramente iluminado. Nuestras conciencias están deslumbradas. No hay nada que no veamos: la miseria, las mentiras, la explotación, la tortura, la exclusión, etc se exponen a la plena luz. Y sin embargo, qué poco podemos. Sobre nosotros. Sobre el mundo. Podemos decirlo todo y sin embargo no tenemos nada relevante que añadir. Encarnar la crítica no es encontrar la palabra justa, ni complacerse en los jardines de la buena conciencia, ni vender a las instituciones la solución más barata. Encarnar la crítica significa plantearse hoy cómo subvertir la propia vida de manera que el mundo ya no pueda ser el mismo.
2. La crítica que combatía la oscuridad tenía un héroe: el intelectual-artista. Su palabra y sus creaciones eran portadoras de luz: análisis, metarrelatos, denuncia, provocación… Eran las herramientas de una intervención frente al mundo y sobre el mundo. El intelectual-artista trabajaba desde su mesa, desde su estudio. Era su balcón. Desde ahí, su palabra podía mantenerse limpia o venderse al poder, sacrificarse por la lucha o devolver sus garantías al orden. Podía acertar o errar, ser fiel o traicionar. Incluso podía abandonar el balcón y sumarse a la multitud. La crítica que combate la impotencia no tiene héroe, o tiene muchos. Su expresión es anónima, sin rostro. Su lugar de enunciación es errante, intermitente, visible e invisible a la vez. ¿Quién es hoy el sujeto de enunciación del pensamiento crítico? ¿Dónde lo encontramos? Si no podemos nombrarlo es porque es un sujeto anónimo y ambivalente. Compuesto de teoría y de práctica, de palabra y de acción, es brillante y miserable, aislado y colectivo, fuerte y frágil. Su verdad no ilumina el mundo sino que lo desmiente. Si el mundo dice: “Esto es lo que hay”, hay un nosotros que responde: “No puede ser sólo eso”.
3. La impotencia no es consecuencia de una debilidad histórica de los movimientos sociales o de cualquier otro sujeto político que podamos imaginar. Su debilidad misma es la consecuencia de una reformulación del vínculo social en la que la lógica de la conexión ha sustituido a la lógica de la pertenencia. Esto significa que la inclusión/exclusión de cada uno de nosotros se juega no en las relaciones de pertenencia de un grupo más amplio (pueblo, comunidad, clase) sino en la capacidad de conexión, permanentemente alimentada y renovada, que cada uno sea capaz de mantener a través de su actividad como empleado del todo. En la sociedad-red, cada uno está solo en su conexión con el mundo. Cada uno libra su particular batalla para no perder la conexión con el mundo, para no quedarse fuera, para no hacer de su biografía un relato más de la exclusión. Pasarse la vida buscando trabajo, jugarse la vida cruzando fronteras: son los dos movimientos paradigmáticos, las biografías del precario y del inmigrante que somos todos. La lógica de la pertenencia tenía sus particulares formas de dominio. La de la conexión es simple y binaria: o te conectas o estás muerto. Con esta reformulación del vínculo social, resultado de la derrota histórica del movimiento obrero, cada vida es puesta en movimiento hacia el mundo. Nadie está seguro donde está: la conexión, personal e intransferible, es inseparable de la amenaza de la desconexión. Por eso ese nuevo contrato social nos convierte en productores y reproductores de la realidad, en nudos que reforzamos la red: establecido unilateralmente con cada uno, obliga autoobligando, controla autocontrolando, reprime autorreprimiendo.
4. Si la impotencia no es consecuencia de una debilidad histórica de los movimientos sociales, tampoco lo es de una incapacidad particular del yo. “Yo no hago /no puedo hacer nada”: ni por la sociedad, ni contra la destrucción del planeta, ni para detener la guerra… Nada. Es la declaración autocontemplativa de un sujeto que sólo puede moverse entre la culpabilidad y el cinismo. Es la voz de ese yo aislado en su conexión a la red. Solo en un mundo solo. Solo con todos los demás. Desde su conexión precaria y despolitizada, ese yo es presa de la moral, la opinión y la psicología. Se mueve entre la esfera de unos valores que sobrevuelan el mundo, con los que enjuicia y es enjuiciado; la compra-venta de opiniones que le ofrecen una posición en la sociedad y el restringido ámbito de su malestar/bienestar.
5. Combatir la impotencia y encarnar la crítica pasa, en primer lugar, por atacar ese yo. Atacar los valores con los que sobrevolamos el mundo, atacar las opiniones con las que nos protegemos del mundo, atacar nuestro particular y precario bienestar. Si la crítica puede definirse como aquél discurso teórico-práctico que tiene efectos de emancipación, el principal objetivo de la crítica hoy tiene que ser liberarnos del yo. El yo no es nuestra singularidad. El yo es el dispositivo que nos aísla y a la vez nos conecta en la sociedad-red. Cada uno con sus valores, opiniones y estados de ánimo puede estar tranquilo frente al mundo, puede restar impotente ante al mundo. Cínico o culpable, el yo siempre sabe dónde tiene que estar.
6. Contra la tradición moderna, desarrollar un pensamiento crítico no significa entonces llevar al sujeto a su mayor grado de madurez e independencia sino arrancar al yo de ese lugar que lo mantiene siempre en su lugar frente al mundo. El ideal moderno de la emancipación había estado vinculado a la idea de que liberarse es en el fondo “despegar” del mundo de la necesidad, deshacer el lazo hasta ser autosuficientes como dioses, individual o colectivamente. Este sería el camino del reino de la necesidad al reino de la libertad en sus diversas formas. En nuestra sociedad-red, la pregunta de un pensamiento crítico y emancipador quizá tiene que ser otra: la pregunta por nuestra capacidad de conquistar la libertad en el entrelazamiento. La liberación tiene que ver hoy con la capacidad de explorar el lazo y fortalecerlo: los lazos con un mundo-planeta, reducido a objeto de consumo, superficie de desplazamientos y depósito de residuos y los lazos con esos otros que, condenados siempre a ser otro, han sido desalojados de la posibilidad de decir “nosotros”. Combatir la impotencia y encarnar la crítica significa, entonces, hacer la experiencia del nosotros y del mundo que hay entre nosotros. Por eso el problema de la crítica no es hoy un problema de la conciencia sino del cuerpo: no concierne a una conciencia frente al mundo sino a un cuerpo que está en y con el mundo. Esto no sólo acaba con el papel del intelectual y su balcón, de los que ya hemos hablado, sino también con los mecanismos de legitimación de su palabra y de sus canales de expresión.

[En altres paraules. En les paraules meues: Ja no es tracta del nostre alliberament de la necessitat, com un neoliberal qualsevol, del nostre alliberament del món, com un monjo en el monestir o un asceta en el desert, no. No es tracta d'alliberament, sinó de compromís, de llaç, lligam o vincle amb els altres, dels altres necessitats com jo.]
7. La crítica tiene como principal desafío hoy combatir la privatización de la existencia. En el mundo global, no sólo los bienes y la tierra sino también la propia existencia ha sido privatizada [No és aquesta l'aspiració màxima del neoliberalisme?]. La experiencia que hacemos hoy del mundo remite a un campo de referencias privado: individual o grupal, siempre es autorreferente. Esta privatización de la existencia tiene dos consecuencias: la primera, la despolitización de la cuestión social. Esto significa que tenemos enemigos pero que no sabemos dónde están los amigos. Los focos de agresión sobre nuestra propia vida son perceptibles, pero no la demarcación de la línea amigo/enemigo. [Som capaços de votar al nostre enemic polític, p.e. O que El PSOE pose a Rajoy com president del Congrés...]. Podemos hablar de especulación, de precariedad, de mobbing, de fronteras, etc. Pero ¿cómo nombrar al nosotros que sufre y combate estas realidades? De esta manera, también el enemigo resulta privatizado. Cada uno tiene el suyo, en su propio problema particular. Los frentes de lucha difícilmente pueden ser compartidos. Se infiltran en cada célula de nuestra miseria cotidiana, que es miserable precisamente porque en ella cada uno está solo, como individuo o con su pequeño gueto. Pero la privatización de la existencia tiene también una segunda consecuencia: la radicalización de la cuestión social, que se enraíza directamente en nuestra propia experiencia del mundo y no en otra. Preguntar por el nosotros exige partir de lo único que tenemos: nuestra propia experiencia. La fragmentación del sentido tiene esta virtud paradójica: nos obliga a partir de nosotros mismos. De ahí la importancia de ... explorar nuestro propio campo de experiencias posibles. La pregunta por lo común hoy exige la valentía de hundirse en la propia experiencia del mundo, aunque esté desnuda y desprovista de promesas. En esto consiste encarnar la crítica.

No es tracta, doncs, d'alliberar-nos, com el savi antic o el monjo, sinó conectar amb els humans necessitats, els nostres semblants. I, tots junts, remontar les dificultats socio-polítiques i econòmiques.