Hachazo a las pensiones y desvalijamiento de la Seguridad Social
JUAN CARLOS ESCUDIER
02/01/2017
De no ser porque somos conscientes de que el Gobierno nos ama y que tanto Rajoy como Montoro o Guindos se dejarían arrancar un brazo, un pie o cualquier otro apéndice sobresaliente de su anatomía antes que perjudicarnos, podría sospecharse que la actual crisis financiera de la Seguridad Social no es casual sino que atiende a un diseño inteligente y planificado. Las circunstancias son perfectamente conocidas: nuestros mandamases se han pulido en cinco años un fondo de casi 70.000 millones de euros, han propiciado un déficit estructural de 17.000 millones al año y consumarán desde este 2017 un atraco premeditado a los jubilados, que gracias a la última reforma, financiarán por ley parte del agujero con pérdidas constantes de poder adquisitivo.
Se dirá que la situación ha venido dada por la crisis, pero no sería del todo cierto porque en los cuatro años anteriores, en la etapa más virulenta de esa misma crisis, el sistema se mantuvo prácticamente en equilibro y sin tocar un solo céntimo de la hucha de las pensiones. Dando por bueno el dato de que de los 2,2 cotizantes por pensionista que había en 2008 se ha pasado a menos de 1,9, nos hallamos ante la paradoja de que en un momento de creación de empleo a destajo el déficit no hace sino aumentar.
¿Razones? Simple desvalijamiento. El sistema financia, por ejemplo, todas las bonificaciones y tarifas planas servidas en bandeja de plata a los empresarios para que contraten, y que vienen a suponer cerca de 4.000 millones al año. A ello hay que añadir la deflación de los últimos años y la devaluación salarial promovida por las empresas y amparada por el Ejecutivo, lo que ha mermado los ingresos. Paralelamente, la Seguridad Social ha cuadrado las cuentas de otros organismos públicos a costa de engordar su propio agujero.
De no ser porque somos conscientes de que el Gobierno nos ama y que tanto Rajoy como Montoro o Guindos se dejarían arrancar un brazo, un pie o cualquier otro apéndice sobresaliente de su anatomía antes que perjudicarnos, podría sospecharse que la actual crisis financiera de la Seguridad Social no es casual sino que atiende a un diseño inteligente y planificado. Las circunstancias son perfectamente conocidas: nuestros mandamases se han pulido en cinco años un fondo de casi 70.000 millones de euros, han propiciado un déficit estructural de 17.000 millones al año y consumarán desde este 2017 un atraco premeditado a los jubilados, que gracias a la última reforma, financiarán por ley parte del agujero con pérdidas constantes de poder adquisitivo.
Se dirá que la situación ha venido dada por la crisis, pero no sería del todo cierto porque en los cuatro años anteriores, en la etapa más virulenta de esa misma crisis, el sistema se mantuvo prácticamente en equilibro y sin tocar un solo céntimo de la hucha de las pensiones. Dando por bueno el dato de que de los 2,2 cotizantes por pensionista que había en 2008 se ha pasado a menos de 1,9, nos hallamos ante la paradoja de que en un momento de creación de empleo a destajo el déficit no hace sino aumentar.
¿Razones? Simple desvalijamiento. El sistema financia, por ejemplo, todas las bonificaciones y tarifas planas servidas en bandeja de plata a los empresarios para que contraten, y que vienen a suponer cerca de 4.000 millones al año. A ello hay que añadir la deflación de los últimos años y la devaluación salarial promovida por las empresas y amparada por el Ejecutivo, lo que ha mermado los ingresos. Paralelamente, la Seguridad Social ha cuadrado las cuentas de otros organismos públicos a costa de engordar su propio agujero.